Hoy en dia salir a la calle, aunque sea simplemente a dar un paseo, puede resultar un ejercicio que ni el más ingenuo de los médicos debería permitirse el lujo de aconsejar. O por lo menos no debería hacerlo sin advertir convenientemente, como cualificada autoridad sanitaria que es, de los riesgos y posibles efectos secundarios que tal atrevida acción supone para la salud psicológica, de los ciudadanos normales de a pie (que alguno queda aún) que la practiquen.
Y es que, si uno es de los que cree que para que una persona pueda ser calificada como tal, necesariamente debe poseer un número mínimo de valores (los que sean, pero tenerlos), puede llegar a la conclusión de que vivimos una de las épocas de la historia con menos habitantes en nuestro planeta y, en contra de lo que algunos ecologistas puedan pensar, con más especímenes animales.
Actualmente, que se cometen a diario barbaridades tan grandes que harían sonrojar al mismísimo Jack "el destripador" y que obligarían a apartar la mirada a los torturadores de William Wallace en Braveheart, sin que a nadie parezca importarle un carajo, resulta que un energumeno que agrede en el metro a una joven sudamericana se convierte en una noticia de prioridad nacional.
No es mi intención profundizar en este suceso, que evidentemente considero deleznable, pero baste para ejemplificar hasta que punto la sociedad en la que vivimos está perdiendo sus valores. ¿Qué cabe esperar de unos ciudadanos, de unos dirigentes y de unos medios de comunicación que se escandalizan hasta la exageración de lo que al fin y a la postre no es más que una agresión, pero que a la hora de solucionar asuntos mucho más serios, les escatiman el tiempo en la materia gris de sus cerebros? Pues gilipolleces.
Por eso, cuando a alguien que tiene la sana costumbre de preocuparse de algo más que de su ombligo, se le ocurre la peregrina idea de salir a la calle, debe saber que se arriesga a sufrir, al menos, algún efecto secundario, cuando no, directamente, a contagiarse de tanta estupidez reinante.
Si Ud. considera que bañarse en la piscina de Pedro J., colandose clandestinamente en su casa, forma parte de sus derechos inalienables; si opina que pactar con una banda terrorista para que deje de matar solamente en un único territorio de tu país es defendible; si cree que el cambio climático son unas nubecillas en el horizonte y que los artistas que atropellan a personas no deberían ir a la carcel, o incluso, si está convencido que el gobierno no ha dado un trato de favor a los presos de ETA durante la tregua, ¡tenga Ud. cuidado!, es muy posible que ya esté contagiado y es probable que en breve le llamen para reclutarle en alguna formación política.
Soy demasiado joven para saber a ciencia cierta cuando comenzó todo este desaguisado, aunque sí que he vivido lo suficiente para comprobar que "la cosa" va a peor. Si me preguntan Uds. por las causas de tan dantesca situación intelectual en nuestra sociedad, diré que en mi opinión las más importantes (cada uno es libre de añadir las que quiera) son el lamentable sistema educativo que tenemos en España (¡¡Esto sí que merece portadas en los periodicos todos los dias por favor!!), y el hecho de que de padres estúpidos y mal educados, casi siempre, lamentablemente, salen hijos estúpidos y mal educados.
Y es que, si uno es de los que cree que para que una persona pueda ser calificada como tal, necesariamente debe poseer un número mínimo de valores (los que sean, pero tenerlos), puede llegar a la conclusión de que vivimos una de las épocas de la historia con menos habitantes en nuestro planeta y, en contra de lo que algunos ecologistas puedan pensar, con más especímenes animales.
Actualmente, que se cometen a diario barbaridades tan grandes que harían sonrojar al mismísimo Jack "el destripador" y que obligarían a apartar la mirada a los torturadores de William Wallace en Braveheart, sin que a nadie parezca importarle un carajo, resulta que un energumeno que agrede en el metro a una joven sudamericana se convierte en una noticia de prioridad nacional.
No es mi intención profundizar en este suceso, que evidentemente considero deleznable, pero baste para ejemplificar hasta que punto la sociedad en la que vivimos está perdiendo sus valores. ¿Qué cabe esperar de unos ciudadanos, de unos dirigentes y de unos medios de comunicación que se escandalizan hasta la exageración de lo que al fin y a la postre no es más que una agresión, pero que a la hora de solucionar asuntos mucho más serios, les escatiman el tiempo en la materia gris de sus cerebros? Pues gilipolleces.
Por eso, cuando a alguien que tiene la sana costumbre de preocuparse de algo más que de su ombligo, se le ocurre la peregrina idea de salir a la calle, debe saber que se arriesga a sufrir, al menos, algún efecto secundario, cuando no, directamente, a contagiarse de tanta estupidez reinante.
Si Ud. considera que bañarse en la piscina de Pedro J., colandose clandestinamente en su casa, forma parte de sus derechos inalienables; si opina que pactar con una banda terrorista para que deje de matar solamente en un único territorio de tu país es defendible; si cree que el cambio climático son unas nubecillas en el horizonte y que los artistas que atropellan a personas no deberían ir a la carcel, o incluso, si está convencido que el gobierno no ha dado un trato de favor a los presos de ETA durante la tregua, ¡tenga Ud. cuidado!, es muy posible que ya esté contagiado y es probable que en breve le llamen para reclutarle en alguna formación política.
Soy demasiado joven para saber a ciencia cierta cuando comenzó todo este desaguisado, aunque sí que he vivido lo suficiente para comprobar que "la cosa" va a peor. Si me preguntan Uds. por las causas de tan dantesca situación intelectual en nuestra sociedad, diré que en mi opinión las más importantes (cada uno es libre de añadir las que quiera) son el lamentable sistema educativo que tenemos en España (¡¡Esto sí que merece portadas en los periodicos todos los dias por favor!!), y el hecho de que de padres estúpidos y mal educados, casi siempre, lamentablemente, salen hijos estúpidos y mal educados.